•sábado, mayo 22, 2010
Hoy celebramos Pentecostés, la efusión del Espíritu Santo y el comienzo de la Iglesia. Cincuenta días después de la Pascua, el Espíritu Santo descendió sobre los apóstoles, iluminándoles y haciéndoles valientes para llevar a cabo la misión de Jesucristo, «Vayan por todo el mundo» (Mc 16,15) y «hagan discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que yo les he mandado» (Mt 28,19-20).
Así pues, hoy recordamos aquel día. Pero no nos equivoquemos, el Espíritu Santo se derrama, sobre la humanidad entera, cada día, a todas horas, en todo momento, solo que quizás nosotros no estamos abiertos a recibirlo en todo momento, y para llenarnos de Él necesitamos de esa apertura, estar dispuestos.
Por tanto miremos el día hoy como el desafío a navegar mar adentro, y desde nuestras dudas, miedos, cansancio y debilidades, contagiar a nuestra sociedad la alegría de la Salvación de Jesucristo, con la certeza de que sólo en Él está el manantial de nuestra esperanza.

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