•sábado, abril 17, 2010
Jesús fue mucho más que el fundador de una de las mayores religiones del mundo. Está por encima del cristianismo, en su condición de juez de todo lo que el cristianismo ha hecho en su nombre. Y no puede el cristianismo arrogarse su posesión exclusiva. Porque Jesús pertenece a toda la humanidad.

Es muy fácil usar a Jesús para los propios propósitos (buenos o malos). Pero Jesús fue una persona histórica que tuvo sus propias y profundísimas convicciones, por las que fue incluso capaz de morir. ¿No hay alguna forma de que todos nosotros (con fe o sin ella) podamos dar a Jesús nuevamente hoy la posibilidad de hablar por sí mismo?

Es evidente que deberíamos comenzar por dejar de lado todas nuestras ideas preconcebidas acerca de él. Tampoco podemos partir del supuesto de que, decididamente, no fuera ninguna de estas cosas. Hemos de dejar de lado todas nuestras imágenes de Jesús, conservadoras y progresistas, piadosas y académicas, para que podamos escucharle con una mente abierta.

El punto de vista desde el que se nos presentaba en otros tiempos a Jesús se podía resumir así: Dios es eterno, Suma Bondad, Absoluta Perfección, Principio y Fin de todas las cosas… De esta manera Jesús no revela nada.

La mayoría de los cristianos, no llegan a concebir a Jesús como un hombre auténtico. Le atribuyen quizás un auténtico cuerpo de hombre, pero no una auténtica psicología y una auténtica vida de hombre. Y así, siempre que se planteaba cómo Jesús vivió la oscuridad, la tentación, la duda, la ignorancia en el camino, de inmediato se responde: “Pero, Jesús era Dios”. Con ello lo que se está diciendo es que la humanidad de Jesús no es más que una mera apariencia, como un vestido o disfraz que la divinidad se puede poner y quitar a su gusto. Se nos describía a Jesús, como el Dios hecho hombre, que vino par salvarnos, es decir para “abrirnos las puertas del cielo” que estaban cerradas por el pecado. Sabía que moría precisamente para eso. Desde ese momento, nosotros podríamos merecer la entrada en el cielo, lo cual hasta la muerte de Jesús había sido imposible.

Hasta el siglo XVIII se había relacionado la verdad que nos transmiten los evangelios con la idea de que sus relatos eran siempre estricta verdad histórica, todo lo que nos relatan tuvo que ocurrir tal como nos lo cuentan. Sin embargo, esto no era así, ni podía serlo, y en ello estaban implicados problemas de tipo histórico, literario y teológico.

Los evangelios no son libros históricos; son testimonio y proclamación de la fe de quienes los escribieron. No escribieron para que nosotros sepamos que pasó en Palestina hace más de dos mil año, sino que escribieron para que nosotros creamos.

Jesús no mandó escribir nada, sino que mandó predicar y anunciar la buena noticia de su muerte y resurrección: se hizo hombre como nosotros, amigo de todos, para conducir a todos por el camino de la vida y mostrar a todos el sentido verdadero de la vida humana que vivimos. Era esto lo que los apóstoles predicaban y anunciaban a todo el mundo: Cristo está vivo en medio de nosotros para ayudarnos en el descubrimiento de un sentido para nuestra vida. Con esta predicación, que comenzó en Pentecostés, muchas personas comenzaron a vivir en el amor, e iban surgiendo comunidades que se llamaban cristianos (Hech 11,26), porque creían en Cristo.

Esta gente “cristiana” llevó a cabo un cambio radical en la manera de vivir. Por eso tuvieron que plantearse un montón de problemas y necesidades: ¿cómo comunicar esa fe a los demás?, ¿cómo justificar su fe ante las acusaciones de los judíos y paganos?, ¿podemos seguir observando la ley antigua?, ¿cómo resolver los problemas de la comunidad?, ¿cómo organiza el culto? etc. Querían respuestas a todas esta preguntas tan concretas que se referían a la vida cristiana. Recurrían a los apóstoles y estos les recordaban las cosas que había dicho y hecho Jesús. En la Cena del Señor, los apóstoles contaban algunos de los hechos de Jesús y recordaban algunas de sus enseñanzas. De esta manera, empezó a circular dentro de la comunidad de los cristianos un gran número de narraciones sobre Jesús: trozos de discursos, relatos de milagros, descripciones de los hechos de su vida, frases sueltas dichas por él en diversas ocasiones. Con estas narraciones, obtenidas de los apóstoles como respuestas a sus preguntas, los cristianos intentan orientarse en su vida nueva. Poco a poco, como siempre ocurre, algunos empezaron a hacer colecciones de frases de Jesús (llamada fuente Q), para facilitar de esta manera su memorización y su conservación. Otro hacían colección de sus milagros; otros intentaban catalogar las discusiones que surgieron entre Jesús y los fariseos, etc. Nació así el deseo entre los cristianos de fijar por escrito todo aquello que corría de boca en boca sobre la vida de Jesús, que les habían transmitido los apóstoles. Y así finalmente, cuatro personas, en lugares y en épocas diferentes, Mateo, Marcos, Lucas y Juan, decidieron coleccionar en una obra, cada cual por su cuenta, lo que pudieron recoger y recordad sobre Jesús. En todo aquel trabajo nuestra fe reconoce la acción del Espíritu Santo, hasta el punto de ver en la palabra de esos evangelios la Palabra de Dios.

Teniendo en cuenta el recorrido de todo este proceso hasta culminar en los evangelios escritos, hemos de preguntarnos: ¿qué testimonio histórico nos ofrecen los evangelios? Como hemos dicho, los evangelios no pueden ser considerados como obras históricas, en el sentido de que todo lo que cuentan haya sucedido tal como nos lo cuentan. Sin embargo, los evangelios nos dan un testimonio sobre la historia de Jesús. De ahí, que los evangelios hemos de leerlos críticamente. Hemos de tener claro cómo debemos interpretarlos, para lo cual nada es más útil que conocer cómo han sido escritos.
•jueves, abril 15, 2010
¿Quién fue Jesús?
¿Qué secreto se encierra en este galileo fascinante, nacido hace dos mil años en una aldea insignificante y ejecutado como un malhechor en las afueras de Jerusalén, cuando rondaba los treinta años?
¿Por qué su nombre no ha caído en el olvido?
¿Por qué todavía hoy, cuando las ideologías y religiones experimentan una crisis profunda, su persona y su mensaje siguen alimentando la fe de tantos millones de hombres y mujeres?

No son simples preguntas. Se trata de saber quién está en el origen de mi fe cristiana.

Conocemos el impacto que produjo Jesús en quienes le conocieron. Sabemos cómo fue recordado: el perfil de su persona, los rasgos básicos de su actuación, las líneas de fuerza y el contenido esencial de su mensaje, la atracción que despertó en algunos y la hostilidad que generó en otros.

Es triste comprobar con qué seguridad se hacen afirmaciones que deforman gravemente el verdadero proyecto de Jesús, y con qué facilidad se recorta su mensaje desfigurando su buena noticia.
Hemos de acercarnos a la experiencia que vivieron quienes se encontraron con Jesús. Sintonizar con la fe que despertó en ellos. Recuperar la “buena noticia” que él encendió en sus vidas.

Es difícil acercarse a él y no quedar atraído por su persona. Jesús aporta un horizonte diferente a la vida, una dimensión más profunda, una verdad más esencial. Su vida es una llamada a vivir la existencia desde su raíz última, que es un Dios que es Padre y que solo quiere para sus hijos una vida más digna y dichosa. El contacto con él invita a desprenderse de posturas rutinarias; libera de engaños, miedos y egoísmos que paralizan nuestras vidas; introduce en nosotros algo tan decisivo como es la alegría de vivir, la compasión por los últimos o el trabajo incansable por un mundo más justo. Jesús enseña a vivir con sencillez y dignidad, con sentido y esperanza.

•martes, abril 13, 2010

 La oración de Jesús - igual que la nuestra - no era algo automático, que Él ponía en marcha cuando quería. Tenía que escoger bien el lugar: el desierto, la soledad de un monte. Tenía que elegir también el momento, las circunstancias que inspiraban y favorecían la oración.
En su existencia tan llena de ocupaciones - como lo es la nuestra - ­le resultaba muchas veces difícil encontrar el tiempo necesario. Entonces tenía que levantarse muy de madrugada, o se retiraba al atardecer, o velaba durante la noche.

E incluso a veces, cuando le estorbaba la presencia de sus discípulos, los mandaba subir a la barca y los enviaba a la otra orilla del lago.

Frecuentemente, Jesús oraba a solas. Su relación excepcional con el Padre explica este modo singular de orar, en el que ni siquiera los más íntimos discípulos tienen acceso.
¿Por qué ora? Ahora, ¿cuál era esa oración que Jesús se empeñaba tanto en proteger? ¿Qué tenía que pedir Él, el hijo de Dios, qué gracia o qué ayuda?

¡Qué no se nos ocurra pensar que Jesús oraba para darnos buen ejemplo! Un teólogo moderno dice acertadamente: “Si la oración de Cristo tiene algún sentido para nosotros, si es un ejemplo, entonces es porque ante todo tiene un sentido para Él mismo.”

Lo mismo que todos nosotros, Jesús no tuvo siempre la misma claridad de conciencia, ni la misma concentración de atención. Él fue vulnerable a las impresiones y sensible a las influencias. Tuvo necesidad de recogerse para pensar mejor lo que pensaba y para saber mejor lo que sabía.

Encuentro con el Padre.Se apartaba frecuentemente de la gente, cansado de su incredulidad: “raza incrédula y perversa, ¿hasta cuándo os soportaré?” O estaba apenado por la dureza de su corazón, impaciente por su obstinación y su lentitud para comprender: “¿Tenéis la mente cerrada?”, les pregunta en una oportunidad.

Entonces necesitaba calmarse, consultar en su interior con el Padre, para encontrar el sentido verdadero de su misión, su indulgencia para con los hombres, su fe en su fuerza de redención. Y luego volvía a los suyos renovado y sereno.

La voluntad del Padre. Jesús conoció la tentación que le llegaba en el sufrimiento, en la soledad, en el miedo. Necesitaba expresar lo que le subía espontáneamente a los labios: “¡Padre, líbrame de esta hora! ¡Padre, si es posible, aparta de mí este cáliz!”

Gracias a la oración, Cristo iba ahondando, encontrando su verdadera naturaleza. Se acordaba de dónde venía y adónde iba. Volvía a sentirse HIJO y una vez unido así con su Padre, ya no tenía más que una sola oración: “¡Padre, que se haga tu voluntad!”. Era su mejor oración, la culminación de todas sus oraciones.

¿Y nosotros? Si queremos saber el estado de nuestra vida cristiana, sólo necesitamos fijarnos en cómo rezamos.

Quizás no sepamos rezar. Sabemos charlar con nuestros amigos, nuestros compañeros horas y horas. Pero no sabemos hablar, charlar con Dios ni siquiera unos pocos minutos por día.

Cuanto más sencilla y filial es nuestra oración, tanto más gusta a Dios. Dios busca al hombre simple, que habla con Él, como un niño con su padre. La filialidad, actitud fundamental del ser humano ante Dios, es también la actitud en la oración ante Dios.

 Preguntas para la reflexión

1. ¿Elegimos bien el lugar y el momento de la oración y le dedicamos suficiente tiempo?

2. ¿La tomamos en serio como el alimento y la respiración del alma?

3. ¿Nuestra oración es realmente un hablar personal y espontáneamente con Dios?
•martes, abril 13, 2010
Es el día que celebra el misterio de la Resurrección del Señor.

Dios mandó a Moisés celebrar el sábado como día del Señor, pero los cristianos, después de la Resurrección de Cristo el día siguiente al sábado, celebramos el Domingo en conmemoración de ese gran acontecimiento.

“La Iglesia, desde la tradición apostólica que tiene su origen en el mismo día de la Resurrección de Cristo, celebra el misterio Pascual cada ocho días, en el día que se llama, con razón Día del Señor o Domingo.”(Catecismo n.1166)

Para los cristianos el domingo reemplaza al sábado. Es la primera fiesta cristiana. Es el día del Señor, día de alegría y de gozo.

El domingo es la primera fiesta cristiana, la fiesta primordial. Durante bastante tiempo fue la única. Los primeros cristianos empezaron enseguida a celebrarlo: ya se habla del domingo en la primera Carta a los Corintios, en los Hechos de los Apóstoles y en el Apocalipsis.

Es el día de la Eucaristía. Durante los primeros siglos el eje del domingo fue la celebración de la Sagrada Eucaristía, en la que se conmemoraba y actualizaba la Resurrección de Jesucristo.

Es día de alegría y de descanso. Cuando la legislación civil introdujo la ley del descanso dominical encontró en la Iglesia una acogida favorable; no sólo porque esto favorecía el culto y el descanso, sino la conmemoración del nuevo descanso instaurado por Cristo en la Resurrección.

Es día de la comunidad cristiana.
•martes, abril 13, 2010
A lo largo de todo el año la Iglesia celebra los acontecimientos más importantes de la vida de Jesús, al igual que las fiestas en honor de la Santísima Virgen María y de muchos santos, que demostraron su amor a Dios viviendo una vida de entrega heroica.

El Año Litúrgico combina dos ciclos de celebraciones: el “Ciclo Temporal” y el “Ciclo Santoral”.

CICLO TEMPORAL

El Ciclo Temporal está centrado en el Misterio Pascual y tiene su centro en el domingo de Pascua o de la Resurrección de Jesús. Es la fiesta más importante de todo el año; todas las demás celebraciones giran alrededor de esta gran solemnidad.

El Ciclo Temporal está compuesto por cinco tiempos litúrgicos:

ADVIENTO, NAVIDAD, CUARESMA, PASCUA Y TIEMPO ORDINARIO

Cada uno de ellos tiene sus propias características.

ADVIENTO: es un tiempo de espera ante el “advenimiento” o venida del Hijo de Dios. Durante las cuatro semanas de Adviento nos preparamos para el Nacimiento de Jesús (Navidad). La mejor preparación consisteen limpiar el alma con un mejor comportamiento y una buena Confesión. Se suele poner una “Corona de Adviento”, hecha con ramas verdes y con cuatro velas rojas. Cada domingo se enciende una de estas velas: el primer domingo una, el segundo domingo dos y así sucesivamente.



NAVIDAD: es tiempo de profunda alegría para los cristianos. Celebramos el Nacimiento de Jesús, el Salvador del mundo. En la noche del día 24 de diciembre se celebra la llamada “Misa del Gallo”. Durante el tiempo de Navidad se celebran también otras fiestas importantes: Santa María Madre de Dios (1 de enero), Epifanía o Reyes (6 de enero o el domingo siguiente) y la fiesta de la Sagrada Familia (domingo siguiente a Epifanía). El tiempo de Navidad se termina con la fiesta del Bautismo del Señor.



CUARESMA Es un tiempo esencialmente penitencial. Dura 40 días, a semejanza de los días en los que Jesús se retiró al desierto para hacer penitencia. Jesús ayunó durante todo este tiempo y se preparó para los tres años de “Vida pública” La Cuaresma comienza el Miércoles de Ceniza, con la imposición de la ceniza en nuestra cabeza. Este rito nos recuerda que “somos polvo y en polvo nos hemos de convertir”.

La última semana de Cuaresma se llama SEMANA SANTA. Comienza el Domingo de Ramos con el recuerdo de la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén. El Jueves Santo la Iglesia conmemora la Última Cena, en la que Jesús lavó los pies a los apóstoles, convirtió el pan y el vino en su Cuerpo y Sangre (Eucaristía), instituyó el Sacramento del Orden Sacerdotal y nos dió el “Mandamiento nuevo” (“Un mandamiento nuevo os doy, que os améis los unos a los otros como yo os he amado”). En la liturgia del Viernes Santo no se celebra la Santa Misa. Las ceremonias de ese día se centran en : Liturgia de la Palabra con la Lectura de la Pasión del Señor, Adoración de la Cruz y Sagrada Comunión. El Sábado Santo por la noche tiene lugar la Vigilia Pascual, que es la celebración más grande y solemne del año. Es la noche santa en que Cristo pasa de la muerte a la Vida. En ese acontecimiento la Iglesia ha visto siempre la esperanza de nuestra salvación. Con la ayuda de Dios hemos de pasar a una vida nueva, dejando atrás nuestra vida de pecado (muerte del alma). La Misa de la Vigilia Pascual comienza con la Bendición del Fuego nuevo y la preparación y encendido del Cirio Pascual que simboliza a Cristo. El Pregón Pascual anuncia y canta su Victoria. La Liturgia de la Palabra de esa Misa -más extensa que de ordinario-, con lecturas del Antiguo y Nuevo Testamento, recuerda la historia de la salvación, desde las maravillas que Dios realizó con el pueblo escogido hasta la venida al mundo de su Hijo, para que con su muerte y resurrección, salvará a todos los hombres. Luego se desarrolla la Liturgia Bautismal. Viene por último, la Liturgia Eucarística, donde Cristo muerto y resucitado se nos da como verdadero Pan de Vida.

PASCUA Con la Misa del Domingo de Resurrección comienza el Tiempo Pascual. Durante 40 días se celebra la alegría de Cristo resucitado y se recuerdan las escenas evangélicas de las “Apariciones” de Jesús. Al final de estos días se celebra la Ascensión de Jesús a los Cielos. Momentos antes les dice: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura”. Durante diez días los Apóstoles permanecieron reunidos y rezando. Pedían, junto con la Virgen María, que viniese el Espíritu Santo para poder seguir fielmente el Camino del Evangelio. El día de Pentecostés, sucedió este hecho extraordinario, y con un gran ruido y viento impetuoso aparecieron sobre las cabezas de los apóstoles unas “lenguas de fuego”, y se sintieron llenos del Espíritu Santo.

TIEMPO ORDINARIO
Este tiempo litúrgico consta de 33 semanas, repartidas en dos bloques:
El primero, más corto (unas 9 semanas) va desde el Bautismo del Señor hasta el Miércoles de Ceniza.
El segundo, desde el lunes después de Pentecostés hasta el sábado anterior al primer domingo de Adviento.
El color verde, que significa “esperanza” nos acompaña durante todo este largo tiempo, en el que esperamos la llegada de las grandes solemnidades del Señor.

CICLO SANTORAL

Paralelamente al Ciclo temporal se celebra el Ciclo santoral que tiene por finalidad conmemorar otros acontecimientos de la vida de Jesús, de la Virgen María y de los santos no incluidos en aquél. Son muchas las fiestas que celebramos en la Iglesia, pero no todas tienen la misma importancia. Además, algunas de estas celebraciones quedan limitadas a una ciudad o a un país. Para poder clasificar todas estas fiestas, se les da una categoría determinada a cada una. Así tenemos: las “Solemnidades”, las “Fiestas” y las Memorias” (obligatorias o libres).

Enumeraremos las Solemnidades, tanto las que pertenecen al ciclo temporal como al santoral.

Solemnidades

1 enero.................... Santa María, Madre de Dios.
6 enero..................... Epifanía
19 marzo.................. San José
25 marzo................... Anunciación del Señor
marzo-abril................ Pascua de Resurrección
mayo.......................... Ascensión del Señor
mayo-junio................ Pentecostés
mayo-junio................ Santísima Trinidad
mayo-junio.................Cuerpo y Sangre de Cristo
junio...........................Sagrado Corazón de Jesús
24 junio.....................Nacimiento de San Juan Bautista
29 junio......................San Pedro y San Pablo
15 agosto...................Asunción de la Virgen María
1 noviembre...............Todos los Santos
noviembre...................Cristo Rey
8 diciembre.................Inmaculada Concepción
•martes, abril 13, 2010
El pan y el vino simbolizan:


-el Cuerpo y la Sangre de Cristo, la Eucaristía, alimento indispensable del cristiano
-simbolizan la unidad de la Iglesia y de los cristianos con Cristo.


La ceniza significa penitencia.

El agua significa purificación.

El incienso significa adoración.

La luz significa Cristo, Luz de justicia.



Los colores.

La Iglesia también usa de los signos en su liturgia, para facilitarnos la comprensión de algo.
En concreto, los ornamentos que usa el sacerdote son de cuatro colores distintos. Cada uno de ellos indica algo diferente: una determinada fiesta o un tiempo litúrgico determinado.


Color Blanco
-Es señal de pureza, inocencia, alegría, santidad y gloria.
-Puede tener tonalidades plateadas, marfil o crema, no gris, que no es color festivo.
-Se emplea en casi todas las fiestas del Señor y de la Virgen María; y de aquellos santos que no han sido mártires.
-También en los tiempos litúrgicos de Navidad y Pascua

Color Rojo
-Señal de realeza, fuego, martirio y sangre.
-Se emplea en las fiestas del Espíritu Santo -que se mostró en Pentecostés por medio de una lengua de fuego-, Domingo de Ramos, Viernes Santo, Misas votivas del Espíritu Santo, de la Preciosa sangre y de la Pasión del Señor, en as fiestas de los apóstoles, de los Evangelistas y de los mártires, que dieron su sangre por Cristo.

Color Violeta o Rojo-Morado
-Es señal de penitencia, dolor y también de esperanza tras el dolor.
-Se emplea en los tiempos penitenciales; es decir, en Adviento y Cuaresma.
También en las Misas por los difuntos.
Puede ser sustituido por el color negro

Color Verde
-Es el color que significa esperanza.
-Se emplea a lo largo de casi todo el año, en lo que se llama “Tiempo Ordinario”. Se utiliza un verde vivo, no apagado.
-Simboliza que se está en “espera” de las grandes solemnidades litúrgicas.

Colores Rosa y color Negro
El color rosa -con la tonalidad apropiada y adecuada para un ornamento- puede usarse en el tercer Domingo de Adviento y el cuarto Domingo de Cuaresma.
El color negro puede usarse el día de todos los fieles difuntos, en los funerales y Misas de Requiem.

Color azul
Este color se usa donde lo permite el privilegio español, en la fiesta de la Inmaculada Concepción.
•martes, abril 13, 2010
La señal de la Cruz
Es como un sello de Cristo, una profesión de fe. También se usa para bendecir personas y cosas.
Se alza la mano derecha, con los dedos juntos, desde la frente hasta el pecho, justo encima donde descansa la mano izquierda (En el nombre del Padre y del Hijo); después, la mano derecha va desde el hombro izquierdo al hombro derecho (y del espiritu Santo)

Los golpes de pecho
Es signo de arrepentimiento por los pecados y signo de humildad

Ojos levantados al Cielo
Es signo de súplica confiada a Dios Padre.

Imposición de ceniza
Es signo de humildad y arrepentimiento.

Imposición de manos
Es signo de una acción sobrenatural por parte de Dios.

Manos elevadas y extendidas
Es signo del alma que espera ayuda del Cielo.

Manos que dan la paz
Es signo de paz, frente al puño cerrado, que es signo de lucha.

De pie
Es la postura de la oración solemne y también la actitud del que está dispuesto a obedecer enseguida. En las pinturas de las catacumbas se comprueba que los primeros cristianos usaron esta actitud. Significa la libertad de los hijos de Dios, liberados del pecado. Por eso los fieles están de pie durante gran parte de la Misa, que es una oración solemne a nuestro Padre Dios; y también durante la lectura del Evangelio, expresando que desean poner por obra lo que están escuchando.

De rodillas
Es actitud de carácter penitencial. Es signo de humildad y arrepentimiento. En la piedad occidental es signo de adoración. Por esa razón se introdujo la costumbre de ponerse de rodillas durante la Consagración, al recibir la Comunión y la Exposición del Santísimo.

Sentados
Es la actitud del maestro que enseña o del jefe que preside con autoridad. Eso explica que el obispo tenga una cátedra, desde la que preside y enseña. Es la actitud también de escucha por parte de los fieles, que están sentados en las lecturas previas al Evangelio, en la homilía y en la ceremonia de las ofrendas.

Inclinación
Es la actitud del sacerdote al recitar ciertas oraciones y de los fieles al recibir la bendición del sacerdote. Es signo de veneración, respeto y humildad. Tiene una variante, que es la genuflexión, practicada en Occidente desde el siglo XVI. El sacerdote hace una genuflexión al elevar la Sagrada Hostia, después de elevar el Cáliz y antes de comulgar; para la Santa Cruz, en el Viernes Santo; tradicionalmente, ante una reliquia de la Santa Cruz expuesta para la veneración. Cuando el Sagrario contiene el Santísimo se hace genuflexión cuando se pasa delante de él, tanto el celebrante como el diácono, los ayudantes, los lectores, etc. Es signo de respeto y adoración. Una inclinación de cuerpo o de cabeza no sustituye a esta genuflexión, salvo en el caso de las personas incapacitadas físicamente. No hacen genuflexión sin embargo, los ayudantes cuando llevan el incensario, la cruz, las velas, etc.; o el diácono cuando lleva el Evangeliario.

Postración
La postración de todo el cuerpo es signo de total donación personal a Dios. Es un signo de humildad y penitencia que aparece con frecuencia en la Biblia. Se reserva a los que los que reciben una consagración definitiva de manos del obispo; a los ordenados in sacris, a los diáconos, las vírgenes y los abades; y al sacerdote y al diácono al comienzo de la solemne acción litúrgica del Viernes Santo.

Procesión
Simboliza el carácter peregrinante de la Iglesia. El sacerdote va en procesión al comienzo de la Santa Misa, los fieles cuando comulgan y presentan las ofrendas. Y en fiestas como el Domingo de Ramos o el Corpus Christi hay procesión dentro del templo. También hay procesiones fuera del templo, por ejemplo en la fiesta de Corpus Christi.
•martes, abril 13, 2010
  • Seamos críticos y no nos dejemos llevar por las apariencias y lo que dice todo el mundo". Hay leyendas increíbles...
 El conocimiento del mensaje de Jesucristo debe ir unido a un conocimiento de la verdad histórica, con sus luces y sus sombras, con los aciertos y errores de los hombres.

A lo largo de los siglos han ido naciendo diversas leyendas negras sobre la Iglesia que han llegado a sustituir en la mente de muchos a la verdadera historia. Estos relatos y leyendas se aceptan a veces sin sentido crítico.
Es importante tener un conocimiento histórico riguroso, tan alejado de la apología sin fundamento como de la propaganda sectaria. La verdad -en este caso, la verdad histórica- nos hace libres.


  • Busquemos por nosotros mismos y acudámos directamente a las fuentes.
¿Has leído y reflexionado por tu cuenta lo que dijo Jesucristo? Acércate a tu verdadero rostro, sin miedo.

  • Consultemos a los verdaderos expertos: personas coherentes que sepan y se esfuercen por vivir la Verdad.
A veces sólo preguntamos a las personas que nos dicen lo que esperamos oir.

  • Y lo más importante: pidamos luces al Espíritu: buscar la fe ya es una forma de acercarnos a Dios.
El don de la fe se conquista pidiéndolo con humidad... y caminando hasta encontrarlo
•domingo, abril 11, 2010
No me des todo lo que pido. A veces sólo pido para ver hasta cuánto puedo coger.

No me grites. Te respeto menos cuando lo haces; y me enseñas a gritar a mí también. Y yo no quiero hacerlo.
No me des siempre órdenes. Si en vez de órdenes, a veces me pidieras las cosas, yo lo haría más rápido y con más gusto.
Cumple las promesas, buenas o malas. Si me prometes un premio, dámelo, pero también si es un castigo.

No me compares con nadie, especialmente con mi hermano o mi hermana. Si tú me haces sentir mejor que los demás, alguien va a sufrir y si me haces sentir peor que los demás, seré yo quien sufra.
No cambies de opinión tan a menudo sobre lo que debo hacer. Decide y mantén esa decisión.
Déjame valerme por mí mismo. Si tú haces todo por mí, yo nunca podré aprender.
No digas mentiras delante de mí, no me pidas que lo haga por tí, aunque sea para sacarte de un apuro. Me haces sentirme mal y perder la fe en lo que me dices.

Cuando yo hago algo malo, no me exijas que te diga el por qué lo hice. A veces ni yo mismo lo sé.
Cuando estás equivocado en algo, admítelo y crecerá la opinión que yo tengo de tí, y así me enseñarás a admitir mis equivocaciones también.

Trátame con la misma amabilidad y cordialidad con que tratas a tus amigos. Porque seamos familia no quiere decir que no podamos ser amigos también.

No me digas que haga una cosa cuando tú no la haces. Yo aprenderé lo que tú hagas, aunque no lo digas. Pero nunca haré lo que tú digas y no hagas.

Cuando te cuente un problema mío, no me digas "no tengo tiempo para bobadas", o "eso no tiene importancia". Trata de comprenderme y ayudarme.

Y quiéreme y dímelo. A mí me gusta oírtelo decir, aunque no creas necesario decírmelo.

(De la revista Tíbidabo)



•domingo, abril 11, 2010
Hay algunos que piensan que los católicos adoramos a María ¿Es eso cierto?

Primero que nada, hay que decir que los católicos no adoramos a la Virgen María. El culto que le profesamos no es adoración, puesto que ésta corresponde únicamente a Dios. Los católicos VENERAMOS a Santa María, porque Ella es la mujer a quien Dios escogió para que fuera la Madre de Cristo. Es decir, María no es una persona cualquiera, es la Madre del mismo Dios.

María es bienaventurada por el hecho de haber sido escogida por Dios para llevar al Salvador en su seno, y por ello los católicos la hemos llamado así durante "todas las generaciones". El respeto y veneración que le profesamos los católicos a la Santísima Virgen tiene, por lo tanto, bases bíblicas sólidas.

1. Desde el designio divino

Dios manda alabar a María. El ángel Gabriel enviado por Dios saludó a María con estas palabras: "Alégrate, llena de gracia, el Señor es contigo" (Lc 1,28). Dios Padre ha querido asociar a María a la realización de su Plan de Reconciliación. Es así que María está asociada a la obra de su Hijo, el Señor Jesús. No es un simple capricho o exageración el reconocer la maternidad divina de María. El misterio de María está íntimamente unido al misterio de su Hijo. En Ella "todo está referido a Cristo", subordinado a Él. María no tiene naturaleza divina y todos sus dones le vienen por los méritos de su Hijo, y no por ello deja de ser una mujer única, con dones únicos para una misión muy particular en la historia.

María coopera en la obra de la Reconciliación. Para ser la Madre del Salvador, María fue dotada por Dios con dones a la medida de su importante misión; ella es la "Llena de gracia". Sin esta gracia única, María no hubiera podido responder a tan grande llamado. Ella es Inmaculada, libre de todo pecado original, en virtud de los méritos de su Hijo (LG 53).

Los relatos evangélicos presentan la concepción virginal como una obra divina que sobrepasa toda comprensión y posibilidad humanas (Catecismo de la Iglesia Católica n. 497). María es, pues, una mujer muy especial, dotada por Dios para ser Madre del Redentor, Madre de Dios.

2. Testimonio de las Escrituras

Los Evangelios nos la presentan como activa colaboradora en la misión de su Hijo. En Belén da a luz a Jesús, lo presenta a los pastores, a los Magos y en el Templo; convive con Él treinta años en Nazareth; intercede en Caná; sufre al pie de la cruz; ora en el Cenáculo. Por tanto, hacer a un lado a María, separarla de Cristo, no es lo que la revelación enseña. Si los Reyes Magos adoraron a Jesús en brazos de María, ¿será idolatría imitar su ejemplo?

3. En la vida de la Iglesia

La Iglesia nos presenta a María como Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora. "Pero todo esto ha de entenderse de tal manera que no reste ni añada nada a la dignidad y eficacia de Cristo, único Mediador" (S. Ambrosio). La luna brilla porque refleja la luz del sol. La luz de la luna no quita ni añade nada a la luz del sol, sino manifiesta su resplandor. De la misma manera, la mediación de María depende de la de Cristo, único Mediador.

El culto a María está basado en estas palabras proféticas: "Todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mi maravillas el Poderoso" (Lc 1, 48-49). Ella será llamada bienaventurada, no porque su naturaleza sea divina, sino por las maravillas que el Poderoso hizo en ella. Así como María presentó a los pastores al Salvador, a los Magos al Rey, para que lo adoraran, le presentaran dones y se alegraran con el gozo de su venida, así el culto a la Madre hace que el Hijo sea mejor conocido, amado, glorificado y que, a la vez, sean mejor cumplidos sus mandamientos. María nunca busca reducir la gloria de su propio Hijo; todo lo contrario, y así es como lo ha entendido la Iglesia desde los primeros siglos, cuando oraban al Señor los discípulos en el Cenáculo en compañía de la Virgen Madre (Hch 1,14).

•domingo, abril 11, 2010
He leído tantas veces la Biblia, que muchísimas veces al oír algún pasaje cuando acudía a alguna Misa, casi lo he ido repitiendo en voz baja. Y sin embargo… ¡NO CONOCÍA LA BIBLIA!

Al leerla u oírla, me hablaba del pasado, de algo que ocurrió hace dos mil años. Me hablaba de cosas que les ocurrían a otras personas. Pero no sentía que me hablaba aquí y ahora, a mí personalmente.

Conocer la Biblia, no es leerla de principio a fin, ni aprendérsela de memoria. Conocer la Biblia es desgranarla palabra a palabra, entendiendo su mensaje. Es sentir que está escrita para cada uno de nosotros. Es sentir que nos hace ver las cosas de forma distinta, que nos abre caminos que jamás pensamos conocer. Y poco a poco, mientras vamos entendiendo lo que Dios nos dice a través de su Palabra, rendirnos ante su Voluntad. Rendirnos a la Voluntad de Dios, siempre va a ser mejorar nuestra vida. Porque su Voluntad, como Padre Nuestro que es, no es otra que seamos felices.
Conocer la Biblia es vivirla; y vivirla es convertirnos en una mejor persona.

Si estamos dispuestos a escuchar la Palabra de Dios, nos va a decir sin rodeos, todo lo que nadie va a ser capaz de decirnos… nos va a señalar cada uno de nuestros defectos. Es el mejor espejo, porque a través de ella nos vemos como somos realmente. Pero al mismo tiempo nos va a dar consuelo a todas esas heridas que dañan nuestro corazón.
Conocer la Biblia es caminar con Jesús día a día, es entrar en esa vida nueva que Él mismo nos entregó al morir en la Cruz. A esa vida cargada de esperanza que se abrió a nuestros ojos con su Resurrección.

Conocer la Biblia es reconocernos hijos de Dios, de un Dios que es todo Amor, de un Dios que es Padre, de un Dios que está a nuestro lado siempre, en todo momento.

Por todo ello, cada vez que leamos o escuchemos la Palabra de Dios, vamos a abrir nuestros oídos, nuestros ojos, pero sobretodo nuestro corazón.