•miércoles, abril 07, 2010
Nuestra actitud ante el encuentro con Jesús Eucaristía debe ser de sencillez sin prejuicios dejándonos amar por Él. Pero no debemos olvidar que encontrarnos con el Señor implica estar preparados, es decir, para ser partícipes de su banquete necesitamos traje de fiesta que no es otra cosa que la conversión de nuestra vida, un cambio de actitud.

El encuentro con Jesucristo vivo es el punto de partida para una auténtica conversión, y para una renovada comunión y solidaridad. Para hacer efectivo este proyecto siempre es Dios quien toma la iniciativa. Es Él quien se hace prójimo de los hombres y quien da el primer paso para ir al encuentro del hombre y la mujer. Es Él quien se interesa por su futuro, por su historia, y quien decide unirse y solidarizarse con los hombres y mujeres. Es Dios Emmanuel, es decir un Dios-con-nosotros que camina junto a su pueblo. Es un Dios que se da a conocer. Es el Dios de la revelación; el que se revela. Él actúa a rostro descubierto. Es un Dios que, al revés de los otros dioses, no se esconde detrás de su misterio

La pregunta es, entonces, ¿dónde, cómo y cuándo podemos encontrarle? ¿dónde y cómo podremos dejarnos encontrar por Él? ¿dónde podremos verle, escucharlo, sentirlo y palparlo?. El no minimiza sus presencias. Las multiplica. Y nos da los caminos al encuentro. Así lo aprenderemos en las páginas de la Biblia y, en especial, en los relatos después de la resurrección. En ellos Jesucristo nos revela los lugares y el lenguaje preferido. Donde hay amor y caridad, Dios ahí está. Donde está Dios, está la felicidad.

Los signos del Resucitado están presentes en una acción de Iglesia, que es el Memorial de Salvación. Jesús Eucaristía.

La Iglesia realiza la memoria de su Señor en el gesto memorial del Pan y el Vino. Por eso necesitamos ampliar nuestro horizonte de comprensión de este "gesto memorial" que la Iglesia guarde desde sus orígenes como un "precioso tesoro" en cumplimiento del mandato de su Señor "hagan esto en conmemoración mía". Es necesario que busquemos una comprensión más sólida y profunda del gesto que Jesús realizó con sus discípulos durante la Cena en vísperas de ser entregado, y que se perpetúa en la memoria de sus discípulos mientras esperamos su venida.

Los relatos de este acontecimiento están presentados en los Evangelios: Mt. 26,26-29; Lc. 22, 19-20; Mc. 14, 22-25; 1Cor. 11, 23-26). Estos relatos cuentan que Jesús se sentó a la mesa con sus discípulos en víspera de su muerte y que durante la cena, tomó el pan y el vino, un gesto habitual en las comidas festivas judías. La novedad, que es objeto de memoria de la Iglesia, no está en que Jesús haya realizado una cena, ni siquiera en el gesto de tomar el pan o el vino. Lo que nos interesa, por tanto, para captar su novedad, es saber hacia dónde nos orienta este signo del pan y el vino de la última cena en que Jesús se identificó tan radicalmente. "este es mi Cuerpo... esta es mi Sangre..." ¿ Cuál era la intención de Jesús al rehacer este gesto tan común en las cenas judías? ¿ Cuál es la novedad que Él agrega a este gesto?

Para que podamos comprender mejor el gesto que Jesús realizó en la cena es necesario comprender el sentido profundo de otro gesto realizado por Jesús: el gesto de la Cruz. Es la Cruz la que da sentido a la vida de Jesús. En ella se encuentra la plenitud del sentido de su vida. Desde la Encarnación hasta el Calvario, la vida de Jesús solo se entiende como Don. La ofrenda suprema de la cruz es toda su vida, reunida bajo todos sus aspectos, para realizar de ella un gran gesto de amor.

El gesto del Pan y el Vino, acompañado por las palabras de Jesús, nos ayuda a comprender el sentido de su muerte. Al realizar este gesto del Pan y el Vino, antes de su Pasión, Jesús nos lleva a comprender que su muerte en la cruz no es objeto de una condenación: ni por el poder religioso de Israel, ni por el poder político de los romanos, como es el caso de los dos ladrones que están crucificados junto con Él. Su muerte es una muerte libre, expresión del don que ya ha sido realizado en la cena con los suyos.

De esta manera, el acontecimiento de salvación en Cristo consiste esencialmente en esto: Jesús que se entrega, que se da, que se ofrece sin medias tintas, al Padre y a los hermanos, señalando así con su sangre la alianza nueva de Dios para con los hombres.

Cristo también está presente en la Asamblea. En la Palabra proclamada. En el ministro. En el corazón de los fieles. Se trata de un gran misterio de presencia que tiene su culmen en ese momento de gran intensidad que es la presencia del don de su Cuerpo y su Sangre real y sacramentalmente entregados por nosotros. De esta manera, la Eucaristía es el don de Cristo a aquellos que por el Bautismo del agua y del Espíritu ya se han transformado en su Cuerpo eclesial.

Los signos eucarísticos nos dan no el cuerpo del crucificado sino el Cuerpo transformado del Señor por el poder del Espíritu en la Resurrección. Solo este Cuerpo Resucitado es el Pan de vida para la salvación del mundo ya que la resurrección realiza el paso del mundo antiguo al mundo nuevo, del mundo marcado por el pecado y la trasgresión, al mundo donde reina el Espíritu y la vida Nueva. La salvación consiste en incorporarse a este paso, a esa Pascua.

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